
Cada semana acudía a su consulta para que le diera un masaje, era su cliente más fiel. Había ido por primera vez hacía unos seis meses y desde entonces nunca había faltado. En todo ese tiempo lo había llegado a conocer bastante bien, la gente tendía a contar muchas cosas mientras recibían un masaje, incluso intimidades y él no era una excepción. Parecía muy agradable, un poco tímido quizás, pero simpático e inteligente. Estaba soltero, sin pareja, trabajaba en un banco y hacía deporte, esto último era evidente sólo con ver el cuerpo que tenía, perfectamente tonifcado, con los músculos bien definidos, los abdominales bien marcados, unos fuertes brazos y unas piernas muy musculadas. Conocía su cuerpo perfectamente, empezó yendo por problemas en la espalda debido a su trabajo y a las horas que pasaba delante del ordenador y al teléfono, pero enseguida le pidió que aliviara también sus músculos cargados por hacer deporte, así qué había tenido la oportunidad de tocar todo su cuerpo y lo conocía de memoria, incluso sabía qué partes eran más sensibles. Después de mucho insistir había conseguido convencerlo de que le diera un masaje relajante de todo el cuerpo, se resistía porque no creía que sirviera para nada pero al final había decidido probar.
Llegó puntual como siempre, ella ya tenía preparada la camilla, el aceite, las toallas y la música y él sólo tuvo que quitarse la ropa y tumbarse. "¿Listo para relajarse?" -le preguntó, "Listo" -contestó él. Empezó extendiendo el aceite suavemente por su espalda y comenzó el masaje, dejaba que sus manos se deslizaran por su piel al ritmo de la música, lentamente, subiendo y bajando. Sabía que se iba relajando por su respiración y por la reacción de su piel no había duda de que le estaba gustando el masaje. Cuando acabó en la espalda la tapó con una toalla y continuó con las piernas. primero por detrás y, después de pedirle que se diera la vuelta, por delante. Iba subiendo lentamente, desde los tobillos hasta las ingles, esa era una zona peligrosa ya que no era nada difícil rozar sin querer alguna parte más sensible y por alguna extraña razón se sintió tentada a hacerlo, de repente se dio cuenta de que quería excitarlo, quería saber si era capaz de conseguir que tuviera una erección con su masaje. Quería que la deseara, que no pudiera resistirse a ella, que le pidiera que no se detuviera. Era ella la que estaba excitada y era ella la que quería poseerlo, subirse encima de la camilla y sentir su pene dentro. No sabía si se había dejado llevar o si él había notado su excitación pero se dio cuena de que tenía una erección, él se sintió avergonzado e incómodo y ella le dijo que no pasaba nada, que eso era normal. "No quiero que pienses que soy un pervertido, pero es que me gustas y ..." ella se quitó la bata, el pantalón, el tanga, le quitó el calzoncillo y se subió a la camilla. Se puso a horcajadas encima de su abdomen y, mientras él la miraba se quitó la camiseta y el sujetador. Estaban los dos completamente desnudos, ella cogió el aceite y lo echó sobre él extendiéndolo por su torso con suaves caricias, luego echó otro poco en sus manos y las pasó por sus pechos. Él intentó acariciarla pero ella no se lo permitió, "Déjame a mí" El aceite resbaló por su estómago hacia el ombligo, deslizó sus manos por su vientre y por sus muslos y siguió acariciándose mientras él la miraba. Volvió a subir hacia sus pechos y rozó con las yemas de sus dedos sus pezones erectos. Bajó una mano hacia el pubis y acarició sus labios lubricándolos con el aceite. Colocó sus manos encima del abdomen del chico y fue resbalando poco a poco por su pecho y, apoyando sus antebrazo en la camilla dejó que su cuerpo se posara suavemente sobre el suyo. Comenzó a moverse, acariciando con sus pechos su pecho, descendió hacia su abdomen, rozó su pene y volvió a subir. Con sus muslos rozaba su costado, sus caderas y sus piernas. Subía y bajaba pegando su vientre a su piel, acariciando su cuerpo con todo el suyo. Se sentó encima de su duro pene acariciándolo con sus labios, se movió de arriba abajo y de lado a lado presionando con su cuerpo, apoyó sus manos en la camilla y continuó frotando su clítoris suavemente con un ligero roce. Gimió de placer. Volvió a sentarse pero esta vez se recostó hacia atrás y apoyó su sexo contra sus testículos acariciándolos con delicadeza. Subía y bajaba, con una mano levantó el pene para que tocara sus labios y su clítoris y siguió moviéndose. Los jadeos se sucedían, el placer aumentaba a cada movimiento y ella gemía cada vez que rozaba con su pene su clítoris. Introdujo la punta levemente en su vagina y la retiró, lo repitió varias veces hasta que no pudo aguantar más y la metió hasta dentro, se echó hacia delante y empujó su cuerpo hacia atrás metiéndola aún más. Sus movimientos eran lentos al principio pero fueron acelerándose poco a poco al tiempo que se aceleraba su respiración. Notó cómo se iba acercando el orgasmo, el placer era cada vez más y más intenso, su cuerpo empezó a temblar, sus músculos se contraían, sus gemidos se convirtieron en gritos, él también gritó, agarró los muslos de ella y apretó los dedos con fuerza mientras se corría. El acabó y ella seguía estremeciéndose y jadeando. Agotada se tumbó encima de él mientras se recuperaba. "Sí que relajan los masajes relajantes" -dijo él. Ella se echó a reir, lo besó y le dijo "Ya te dije que no te arrepentirías".
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