miércoles, 8 de junio de 2011

UNA CARRERA SORPRENDENTE


El día estaba siendo bastante aburrido, no había mucho movimiento y se dedicaba a escuchar la radio y a leer el periódico en el taxi. De pronto abrieron la puerta de atrás y subió una pareja, “al aeropuerto” –dijo el hombre. Acababa de arrancar cuando empezaron a besarse. No era la primera vez que una pareja se dedicaba a meterse mano en su taxi pero ésta parecía más apasionada de lo habitual. No sólo se besaban, él la acariciaba por encima de la ropa, apretando sus grandes pechos, parecía devorarla con su boca, besaba sus labios, su cuello, volvía a besar sus labios mientras su mano subía por su pierna y por el costado. Empezó a bajarle los tirantes de la camiseta, creyó que se detendría ahí pero no, continuó bajándoselos hasta dejar al descubierto sus pechos. No pudo apartar la vista del retrovisor, eran grandes y firmes, estaba contemplando cómo los acariciaba cuando él miró al espejo y le preguntó “¿Te gustan las tetas de mi mujer?” no supo muy bien qué decir, era evidente que no le molestaba que mirase pero era un pregunta un poco comprometedora, el hombre no esperó la respuesta, “se las regalé yo”- continuó diciendo. Siguió callado, mirándolos, él no paraba de sobarle los pechos, le pellizcaba los pezones haciendo que ella gimiera de placer, se los lamía y se los chupaba. ¿Hasta dónde serían capaces de llegar?. La respuesta llegó enseguida, él metió su mano entre sus piernas separándoselas, ella se subió la falda hasta la cintura dejando ver su coño, se recostó en el asiento y abrió más las piernas para que lo viera mejor. Él se lo acariciaba, movía sus dedos rápidamente sobre su clítoris y volvió a chupetearle los pechos. Ella jadeaba cada vez con más intensidad hasta que tensó su cuerpo clavando su rodilla en el asiento del conductor y, echando la cabeza hacia atrás soltó un fuerte gemido. Era como si estuviera viendo una película porno. Sin detenerse metió sus dedos dentro, estaba húmeda y aún jadeaba excitada por el orgasmo que acababa de tener. Continuó moviendo su mano, podía oírse el sonido que hacían sus dedos al entrar y salir veloces y el golpeteo de su mano contra su pubis. A penas un minuto después volvía a correrse entre gemidos y espasmos. Estaba tan sorprendido por lo que estaba sucediendo que no era capaz de reaccionar. No sabía si dejarlos seguir o si llamarles la atención, la verdad es que le gustaba mirar, le excitaba, no podía apartar la vista del espejo retrovisor ni tampoco podía dejar de conducir. Pararon, creyó que ya habían terminado pero no fue así, el hombre se desabrochó el cinturón, se bajó la cremallera y se sacó una enorme y dura polla. “Ven aquí que ahora te la voy a meter dentro” –le dijo mientras ella se ponía encima de él dándole la espalda, así seguía ofreciéndole un buen primer plano al taxista. Entró sin dificultad, su vagina estaba húmeda, caliente y dilatada. Empezó a mover sus caderas rítmicamente y dejó que las manos de su marido acariciaran todo su cuerpo, recorriendo sus muslos y subiendo por su vientre hasta sus pechos. Él también gemía, “¡qué bien te mueves!”, le decía mientras pellizcaba sus pezones. Estaban en un atasco y los de los otros coches podían ver perfectamente lo que estaba pasando, pero a ellos no les importaba, al contrario los excitaba más. El taxista no perdía detalle de lo que sucedía, podía mirar tranquilamente por el espejo retrovisor mientras los coches estaban parados, él también estaba excitado y sus pantalones oprimían su duro pene. La mujer se inclinó hacia adelante, entre los dos asientos delanteros acercándose a él. Podía oler su perfume. “Tócame las tetas” –le pidió entre jadeos, “tócamelas” –insistió. El taxista se giró cuanto pudo para acariciarle sus grandes pechos mientras ella seguía moviendo sus caderas haciendo que la polla de su marido la penetrara una y otra vez. Los coches empezaron a pitar y el taxista volvió a arrancar. No podía mirar pero sentía el aliento de la mujer cerca de su cara, oía sus gemidos y sentía cómo apretaba su mano en el asiento, deseaba tocarla, deseaba besarla, deseaba ser él el que la estuviese penetrando, quería sentir la suavidad de su vagina apretando su pene hasta correrse. “Quiero metértela por el culo” –le dijo su marido de repente. ¿Le cabría semejante cosa por ahí? Pensó el taxista, “imposible”. Pero se equivocaba, separó las nalgas, colocó la punta del pene en la entrada y ella fue echándose hacia atrás introduciéndoselo fácilmente mientras gemía de placer. Volvían a estar parados pero ella estaba recostada sobre su marido, demasiado lejos para seguir acariciando sus pechos, pero se giró igualmente, quería contemplarla, tenía las piernas separadas y podía ver su coño húmedo, encarnado, caliente… incluso podía olerlo. Se moría de ganas de comérselo, quería pasar su lengua por esos labios hinchados, saborearlos y chupar su clítoris hasta que se corriera. Ella pudo ver el deseo en sus ojos “tócame” –le dijo y, sin dudarlo, estiró su brazo para poder acariciar tan anhelado tesoro. Rozó su piel suave y cálida y sintió cómo ella se estremecía. Se acercó más, apoyó sus dedos sobre su clítoris y empezó a acariciarlo, a juguetear con él, los movía de lado a lado excitándola todavía más. Su marido miraba cómo la tocaba, “métele los dedos dentro” –le dijo con voz ronca, y el taxista obedeció. Se abrió paso a través de las paredes de la vagina penetrándola, “¿te gusta, cariño?” –le preguntó su marido, “Ummm, sí” –gritó ella entre gemidos, “¡voy a correrme!”. Se movía arriba y abajo, rápidamente, con la polla de su marido dentro de su culo embistiéndola. El taxista metía sus dedos en su coño a un ritmo frenético, mientras con el pulgar tocaba su clítoris. Los dos gemían sin parar, él apretaba sus manos en las caderas de su mujer, “¡oh, sí sigue, sigue así, no te pares, no te pares!”. Los gemidos se convirtieron en gritos mientras los dos se corrían al mismo tiempo. El taxista sintió cómo se contraían los músculos de la vagina antes de que se relajara por completo. Ella agarró su mano y la llevó a su boca para chuparle los dedos completamente empapados con su propio flujo. El tráfico volvió a circular y el taxista condujo hasta el final del trayecto mientras sus dos pasajeros se vestían y se relajaban acariciándose y besándose suavemente. Cuando llegaron el hombre pagó la carrera y se bajaron sin más. Él se quedó solo en el coche y, contemplando su entrepierna dijo: “¿Y ahora que hago yo con esto?”. En cuanto pudo se metió por una carretera secundaria buscando un sitio tranquilo para desahogarse recordándola a ella, pero esta vez era él el que se la follaba.