
Había quedado con mi amiga para tomar un café y charlar. Llevaba tiempo dándole vueltas al tema y después de hablarlo con mi marido habíamos decidido de mutuo acuerdo dar el paso. Sabía que mi amiga solía hacerlo y nadie mejor que ella para iniciarnos.
“¿Queréis hacer un intercambio de parejas, y habíais pensado en nosotros?” –preguntó sorprendida.
Yo le expliqué que ya hacía tiempo que quería hacerlo y que prefería que fuera con alguien conocido, porque así sería menos violento. Me preguntó qué opinaba mi marido y me advirtió que si no estábamos completamente seguros que era mejor no hacerlo. Me dijo que podría presentarnos alguna pareja pero que no sería con ellos, al menos no la primera vez, no seríamos los primeros amigos que perdía. Y me dejó muy claro que para hacerlo no sólo teníamos que ser nosotros maduros sino también nuestra relación, confiar en la otra persona, amarnos, estar seguro de que nos amaba pero también de que nosotros lo amábamos a él. Si lo hacíamos por problemas en la pareja esa no era la solución. Desde su punto de vista era una forma de entender una relación pero había que tener las cosas claras. Yo insistí en que lo teníamos muy claro, que lo habíamos hablado y que estábamos de acuerdo. Así que quedamos en que hablaría con algunos conocidos y que me avisaría. Pasaron varias semanas antes de tener noticias. Me llamó y concertamos una cita para conocernos y ver qué pasaba.
A la cena acudieron también mi amiga y su pareja para creal un ambiente más cómodo y relajado. La verdad es que había elegido una pareja muy guapa. Él era muy atractivo, alto, rubio, atlético, con bonita sonrisa. Ella era despampanante, rubia, no muy alta pero con un bonito cuerpo, desde luego a mi marido le gustó sólo con verla. Fue una cena amena y distendida, en ningún momento se sacó el tema del intercambio. Cuando acabamos nos fuimos a tomar una copa por allí cerca. Yo me quedé sentada en una mesa con él y mi marido se fue a bailar con ella. No tardó mucho en preguntarme si íbamos a un sitio más tranquilo y yo le propuse mi casa.
Nada más cerrar la puerta se acercó a mí, me empujó contra la pared y me besó. Me sorprendió pero le devolví el beso y dejé que continuara. Subió su mano por mis piernas levantándome el vestido y pegó sus caderas contra las mías dejándome notar su pene duro apretado contra mi clítoris. Me quitó el tanga, le desabroché el pantalón y me penetró. Acariciaba mis pechos por encima de mi ropa y me besaba apasionadamente mientras me embestía una y otra vez. Su pubis golpeaba rítmicamente mi clítoris llevándome rápidamente al clímax. Me giró poniéndome de cara a la pared y bajó la cremallera de mi vestido dejándolo caer al suelo. Acarició mi espalda descendiendo lentamente por mi columna y separó mis piernas para volver a introducir su pene en mí. Estaba húmeda y muy caliente, aún podía sentir los “ecos” del orgasmo dentro de mi cuerpo y ya volvía a sentir de nuevo ese intenso placer recorriéndome y sacudiéndome. Continuó penetrándome hasta que se corrió entre gritos de placer y espasmos. Nos quedamos unos segundos allí, de pie, abrazados, inmóviles hasta que me dijo que fuéramos a un sitio más cómodo. Nos sentamos en el sofá en la sala y se acercó a mí para abrazarme y besarme, yo creía que ya habíamos acabado, pero estaba equivocada, me tumbó y acercó su boca a mi sexo. Movió su lengua por mis labios lamiéndome y chupándome. Pasó la punta por mi clítoris jugueteando con él e introdujo sus dedos dentro, en mi vagina y en mi ano al mismo tiempo. Casi sin darme cuenta volví a correrme, mis gemidos eran más y más intensos con cada orgasmo, mis puños apretaban los cojines del sofá fuertemente casi a punto de romperlos.
“Me excita oír tus gritos” –me susurró con voz ronca mientras se colocaba encima de mí y volvía a meterme su pene otra vez duro.
Coloqué mis pies en sus hombros sintiendo todavía más placer con cada penetración. Al final terminó corriéndose encima de mi, sentía su semen calienten resbalando por mi vientre. Nos quedamos tumbados, extenuados, intentando recuperarnos. Serían más o menos las 3:30 cuando se despidió y se fue. Yo me duché y me metí en cama esperando que llegara mi marido.
Eran las ocho y media cuando me desperté y aún no había llegado. Me levanté y abrió la puerta justo cuando iba hacia la cocina a preparar el desayuno. Venía de lo más contento y relajado y mientras iba a ducharse fue contándome cómo le había ido.
“Nosotros nos fuimos a su casa poco después de que os fuerais. Nos sentamos en su sofá y estuvimos charlando un rato. Al principio estaba algo nervioso, no sabía muy bien cómo actuar así que me lancé, después me dijo que le gustaba que los hombres fuesen directos”
“Y con lo tímido que tú eras…”-le interrumpí.
“Ya ves”-prosiguió- “Estuvimos en el sofá besándonos y acariciándonos y después me llevó a una habitación que tienen para estas ocasiones. Están muy preparados. Me desnudó, la desnudé y nos tumbamos en la cama. Empecé yo, primero con la mano, luego con la boca…”
“¿Con la boca? ¡Si a ti no te gusta!”-le volví a interrumpir
“Pero a lo mejor a ella le gustaba y lo hice, la verdad es que me apeteció y no estuvo mal. Sigo. Ya se había corrido un par de veces y empezó a chupármela, lo hace muy bien, se nota que tiene experiencia. Seguimos un buen rato, ella tuvo varios orgasmos más y volvió a chupármela hasta que me corrí. Después nos quedamos un rato abrazados, hablando, le pregunté si había disfrutado, le dije que me gustaba cómo la chupaba, me estuvo contando que su marido y ella llevaban muchos años haciendo intercambio, me contó anécdotas, cómo fue su primera vez… y, como ya era muy tarde me volví a casa, me dijo si quería ducharme pero le dije que ya lo hacía aquí. Y tú, ¿qué tal?”.
Se acercó a mí y me abrazó, no soporté sentir su contacto. Me aparté y le conté un poco por encima lo que había pasado mientras él se metía en cama. Yo me quedé de pie mirándolo.
“¿No vienes?”-me preguntó
Le contesté que tenía muchas cosas que hacer y que ya dormiría por la tarde. “Pasará, seguro que se pasará” me repetí a mí misma mientras salía de casa.