
Cuando acabé mi jornada laboral me fui para casa a prepararme para ese fin de semana que tenía reservado para otro. Él era diferente, no era con el que llevaba más tiempo pero era especial. Muy cariñoso, atento, tierno, dulce, me gustaba estar con él, que me dijera cosas bonitas, era al único que aún le dejaba subir a mi casa incluso le dejaba quedarse a dormir. Había alguno con el que el sexo era fantástico pero… faltaba algo, había algo que no me daba, él sí que me lo daba.
Nos íbamos turnando, cada vez uno le pedía al otro lo que quería y esta vez le tocaba a él. Me había pedido que me pusiera sexy, le gustaban las medias y los tacones y decidí recibirlo con un camisón corto, muy corto, de encaje negro que se ataba en el cuello, medias y tacones. Sabía que le gustaría y así fue, abrió los ojos como platos cuando me vio en la puerta. “¿te gusta?” –le pregunté, “Mmmmm, ¡caray que si me gusta!” –me contestó mientras se acercaba para besarme. “¿Qué quieres hoy?” –continué preguntando, “Te quiero a ti” –me contestó y lo llevé directamente a la habitación. Lo desnudé mientras nos besábamos y nos acariciábamos, lo empujé suavemente tumbándolo en la cama y me puse encima de él. Acaricié su pecho con la punta de mis dedos y me incliné sobre él para besarlo, bajé por su cuello y por su pecho y él aprovechó para desatarme el camisón y poder ver mis pechos desnudos al incorporarme de nuevo. “O me follas ya o te follo yo” –me dijo excitado, me reí y agarré su grueso y duro pene para metérmelo dentro de mi vagina. Empecé a moverme muy lentamente, muy suavemente mientras me la iba introduciendo toda, seguí moviéndome despacio sabiendo que él deseaba que aumentara el ritmo y la intensidad. Me agarró las caderas y antes de que hiciera nada aceleré un poco, bajó sus manos a mis muslos acariciándolos por encima de las medias y dejó que yo siguiera follándolo. Mi pulso se aceleraba, mis jadeos eran más y más intensos, el sudor resbalaba por mi piel y mi melena se pegaba a mi espalda. Me eché hacia atrás apoyando mis manos en sus piernas mientras el placer recorría todo mi cuerpo tensando cada músculo de él. Me recosté sobre su torso y nos quedamos así acariciándonos suavemente. Al cabo de unos minutos me quitó el camisón y se puso encima de mí sin dejar de abrazarme. Volvía a tenerla dura y esta vez fue él el que me la metió. Pero no lo hizo suavemente, la metió de golpe, con fuerza, empujando sus caderas contra las mías. Yo estaba aún excitada después de correrme y cada embestida me excitaba aún más. Entrelacé mis piernas alrededor de sus caderas apretándolas con fuerza, dejando que me penetrara, sintiendo su miembro dentro de mí. Puse mis manos en su espalda para acariciarla mientras nos besábamos pero a medida que aumentaba el placer mis manos lo apretaban con más fuerza hasta clavar mis dedos y mis uñas en su piel. Nuestros besos eran más profundos y más apasionados, parecía que queríamos devorarnos, entrar el uno dentro del otro, ser uno solo. Una vez más nos dejamos llevar, nuestros cuerpos se contrajeron, alcanzando el clímax al mismo tiempo. Justo al acabar, cuando aún latía con fuerza mi corazón y respiraba con dificultad lo besé y sin darme cuenta le dije: “te quiero”. No podía creer lo que acababa de decirle, me quedé mirándolo, enmudecida, pensando en cómo se me podía haber escapado algo así, nerviosa, asustada, avergonzada, esperando que la tierra se abriera y me tragara, fueron unos segundos horribles hasta que me respondió “yo también te quiero”. Nos sonreímos y nos abrazamos.