sábado, 7 de abril de 2012

CÁLIDO VERANO


Todos los veranos pasaba una semana en casa de mis tíos en el pueblo. Ya tenía 17 años pero mi mejor amiga vivía allí y tenía muchas ganas de verla después de todo un año separadas. Era un verano muy caluroso, demasiado para ser el norte y teníamos unas noches muy agradables para estar fuera. Los padres de mi amiga tenían un bar enfrente de la casa de mis tíos y ella les ayudaba cuando tenían mucha gente así que yo me pasaba bastante tiempo allí, sobre todo por la noche. Después de cenar me acercaba al bar, si no tenían mucho trabajo nos quedábamos sentadas en las escaleras de la entrada, así en cuanto necesitaban su ayuda ella entraba y yo me quedaba fuera. A veces se acercaban algunos vecinos y acabábamos siendo un buen grupo. No hacíamos gran cosa salvo charlar y disfrutar de la noche pero era divertido. Una noche se unió a nosotros un hombre de unos 40 años que tenía una casa justo al lado. Nunca lo había visto antes porque sólo iba los fines de semana y nunca habíamos coincidido. Estuvimos hablando largo rato y descubrimos que era amigo de mis padres y además el tío de un amigo mío de la ciudad. Él también vivía allí pero los fines de semana se venían su mujer, sus dos hijos y él al pueblo, aunque justo ese fin de semana estaba solo. Las horas pasaban y la gente se iba yendo, hubo un momento en el que nos quedamos los dos solos mientras mi amiga estaba en el bar. Se acercó a mí y se sentó a mi lado, no recuerdo de qué estábamos hablando, sólo recuerdo que empezó a acariciarme el pelo y que deslizó su mano hasta llegar a mi pecho que apretó suavemente mientras me miraba fijamente a los ojos y me sonreía. Yo estaba sorprendida, excitada y asustada, no podía dejar de pensar que mi amiga saldría de un momento a otro y nos sorprendería, sus padres estaban dentro y mis tíos en su casa, justo enfrente. Sabía que eso estaba mal, estaba casado, era bastante mayor, amigo de mis padres y, además, yo aún era virgen, ni siquiera había tenido novio. Era la primera vez que un hombre me acariciaba así, nunca me habían mirado con tanto deseo, sabía lo que él quería y yo también lo deseaba pero… no estaba bien. No me aparté aunque le dije que parara. Él me preguntó si estaba segura sin llegar a detenerse. Sentía su mano a través de mi camiseta de algodón y mi sujetador, mi pezón se endureció marcándose bajo la ropa. Me mordí el labio inferior y, muy a mi pesar, le dije que sí. Temí que no lo hiciera pero se paró y se apartó de mí, en el fondo deseaba que no lo hubiese hecho pero un minuto después salió mi amiga y él se despidió. Ya iban a cerrar el bar cuando me fui a dormir a casa de mis tíos. Ellos ya estaban acostados y yo me fui directamente a cama sin dejar de pensar en lo que había sucedido y en lo que podría haber pasado si no le hubiese dicho que parase.

Me tumbé por encima de las sábanas sin ponerme el camisón, hacía tanto calor que no necesitaba taparme. Me acaricié deteniendo mi mano donde él la había puesto hacía unos minutos. ¿Por qué le había dicho que parase si en realidad deseaba que continuase?, estaba casado pero yo no quería deshacer el matrimonio, no iba a meterme en medio. Era mayor pero tenía experiencia, seguro que sabía cómo hacerme disfrutar, sería la persona ideal con la que perder mi virginidad. Me daba miedo que la gente lo supiera, que mis padres se enteraran, sería un escándalo pero siendo discretos y haciéndolo una sola vez no tendría por qué saberlo nadie. Ojalá pudiera dar marcha atrás, volver al momento en que se sentó a mi lado y me acarició. Sentía su presencia, su respiración cerca de mi rostro y su mano en mi pecho, eso me excitaba, bajé mi mano hasta mi braguita que ya estaba húmeda sólo con recordarlo. Deslicé mis dedos por debajo de la tela y acaricié mis labios calientes mientras con la otra mano apretaba mi pecho igual que él lo había hecho. Me lo imaginaba encima de mí, besándome y penetrándome mientras mis dedos tocaban mi clítoris excitándome más. Apreté fuertemente mis labios para ahogar los gemidos mientras me corría pensando en él.

A la mañana siguiente me levanté y ayudé a mi tía, a través de la ventana veía su casa, suponía que él estaba dentro porque no lo había visto salir, quería ir allí, llamar a la puerta y decirle que no quería que parase, pero no me atrevía, a lo mejor ya había cambiado de opinión o se había ido. Lo pensé una y otra vez, ya me daba igual si estaba bien o mal sólo sabía que lo deseaba. Después de comer, mientras mis tíos dormían la siesta salí de casa, crucé la carretera y me detuve delante de su puerta. No lo pensé dos veces o si no no lo haría, puse mi dedo en el timbre y llamé. Mi corazón latía tan fuerte que creí que se me salía, tenía la boca seca y me sudaban las manos, no abría nadie. Estaba a punto de dar media vuelta cuando se abrió la puerta. Allí estaba él, de pie frente a mí, mirándome sorprendido. No supe qué decir pero no hizo falta, sonrió y me dejó entrar. Estaba nerviosísima, tenía miedo y al mismo tiempo me excitaba sólo con pensar en lo que iba a pasar. Me llevó a la sala y me dijo que me sentara en el sofá. "¿Quieres tomar algo?" -me preguntó. Le pedí un refresco y lo esperé allí sentada mirando a mi alrededor los muebles que decoraban la habitación. Llegó con un par de bebidas y se sentó a mi lado. Estuvimos hablando de cosas intrascendentes mientras iba relajándome poco a poco, se acercó lentamente a mí sin apartar su mirada, "tienes unos ojos preciosos" -susurró. Esta vez no iba a frenarlo. Acarició mi mejilla con el dorso de su mano, sonrió y me besó muy suavemente. "¿Estás nerviosa?", "no"- mentí. Apartó mi larga melena y besó mi cuello haciendo que un cosquilleo recorriera todo mi cuerpo y que mojara mis braguitas. Me quitó la camiseta y con un dedo bajó las tiras de mi sujetador dejando a la vista mis pechos. Los acarició mientras los contemplaba, con su lengua lamió primero un pezón y luego el otro. Yo permanecía inmóvil dejando que él me tocara, no sabía muy bien qué hacer, quería acariciarlo pero me daba vergüenza y antes de que hiciera nada me agarró la mano y la puso en su entrepierna. Su pene estaba duro, apretado contra su pantalón, se bajó la cremallera y se lo sacó, yo empecé a acariciarlo, era la primera vez que tocaba uno, no me lo imaginaba tan suave ni tan duro ni tan grande. Metió su mano por debajo de mi falda, deslizándola entre mis piernas acariciando mi sexo por encima de mi braguita, dejé escapar un gemido al sentir sus dedos sobre mi clítoris. Me llevó a su dormitorio, me tumbó en su cama y se acostó a mi lado después de desnudarse rápidamente. Me quitó la falda, el sujetador y las braguitas y contempló mi cuerpo completamente desnudo. Empezó a besar mis pechos, a chupar los pezones, a lamerlos y a apretarlos con sus enormes manos, "¡cómo me gustan tus tetas!"- me dijo. Bajó una mano hasta mi húmedo sexo y acarició mi clítoris hasta que me corrí entre jadeos y espasmos. Sus dedos resbalaron por mis labios hasta llegar a la entrada de mi vagina chorreante y anhelante, introdujo uno lentamente abriéndose paso entre las estrechas paredes y lo movió de forma que otra oleada de placer recorriera mi cuerpo, me gustaba pero quería más, quería sentirlo dentro de mí. Se puso encima separando mis piernas y acercó su duro pene a mi vagina, "¿eres virgen?" -me preguntó deteniéndose justo en la entrada. Asentí con la cabeza deseando que eso no lo detuviera y moví mis caderas acercándome a él para que continuara. Me penetró con cuidado sacándola y metiéndola cada vez más adentro, a penas me dolía, sólo cuando llegó al fondo sentí una punzada pero pronto el placer hizo que olvidara el dolor. "¡Cómo me gusta tu coño, tan estrecho, me pone a mil!" -dijo con voz ronca por el placer acelerando sus movimientos, metiéndola hasta el fondo, follándome apasionadamente, yo no podía reprimir mis gemidos que se iban intensificando al tiempo que aumentaba el placer, agarré sus brazos con mis manos y apreté fuertemente cuando el orgasmo se apoderó de mí por sus repetidas embestidas. Su cara se desencajó y lanzó un grito mientras se corría dentro de mí. Se quedó unos segundos quieto sin salirse mientras recuperaba el aliento. Nos levantamos y fuimos a ducharnos, se mostró muy cariñoso y muy tierno, me preguntó si me había gustado, si me había hecho daño y si quería irme ya o si prefería quedarme. Yo le dije que aún era pronto para ir a casa y volvimos a la cama.

Me quedé mirando su polla ahora flácida colgando entre sus piernas, acerqué mi mano y empecé a acariciarla. Él se giró colocando su cabeza entre mis piernas y poniendo en frente de mi boca su pene. Tímidamente la lamí, era suave y aún estaba mojada después de la ducha. Metí la punta en mi boca y la chupé como si fuera un helado que se iba endureciendo poco a poco. Mientras tanto él pasaba su lengua por mi coño rozando con la punta mi clítoris. La sentía acariciando mis labios e introduciéndose dentro de mi cuerpo. Los dos chupábamos al mismo tiempo, excitándonos mutuamente. Yo lamía su polla, la acariciaba con mi mano y la metía en mi boca jugueteando con la punta. Él metía sus dedos dentro de mi coño y chupaba mi clítoris haciendo que me corriera una vez más. Su miembro duro latió justo antes de que su leche caliente llenara mi boca haciendo que me lo tragara. Me giré y me abracé a él quedándonos así un rato hasta que me preguntó :"¿Continuamos?", sonreí y asentí.



jueves, 7 de julio de 2011

TE QUIERO




Era la hora del café, como de costumbre salí a dar una vuelta para desconectar un poco y relajarme cuando de pronto sonó el móvil. Era uno de ellos, por lo visto estaba por la zona y tenía un rato libre. Le dije que lo esperaba en el centro comercial que había allí cerca, podíamos tomarnos un cafecito antes. Ya casi se había convertido en una costumbre, cada vez que a ellos les apetecía, tenían un momento, necesitaban un desahogo o se aburrían me llamaban o se presentaban por sorpresa en mi trabajo, lo que no dejaba de ser un inconveniente porque no era la primera vez que venía uno por la mañana y otro por la tarde. Ya ni siquiera los invitaba a mi casa, era mucho más cómodo así, en cuanto acabábamos se iban, los dos teníamos cosas que hacer y así no me veía obligada a pedirles que se fueran y no corría el riesgo de que quisieran quedarse a dormir. No me gustaba nada dormir acompañada. Cuando llegué ya estaba esperándome. Me besó y nos fuimos a una cafetería. Charlamos, me contó qué tal le había ido todo y cuando acabamos el café nos levantamos y nos dirigimos a los servicios públicos del centro comercial. Era una zona bastante tranquila, poco concurrida, no solía haber nadie a esa hora. Entramos en los aseos de hombres, cerró la puerta y me abrazó, “te he echado de menos” –me dijo mientras me acariciaba la espalda apretándome contra su cuerpo. No le contesté, acerqué mis labios a los suyos y lo besé. Bajó sus manos hasta mi culo acercándome más a su cadera y noté su duro pene ya listo para penetrarme, siguió bajando sus manos y las metió por debajo de mi minifalda. Le desabroché el pantalón e hice que se sentara en el inodoro para poder ponerme a horcajadas encima de él. Jugué con su pene acariciándolo con mi sexo para humedecerlo poco a poco antes de apartar el tanga y meterlo dentro de mi vagina. Apoyé mis brazos sobre sus hombros y empecé a mover mis caderas sintiéndolo dentro de mí, excitándome. Él me subió la camiseta para poder ver mis pechos tapados por el encaje del sujetador y me los agarró con las manos estrujándolos con fuerza. Bajé mis manos hasta sus caderas y acerqué mi cuerpo al suyo presionando mi clítoris contra su pubis para sentir más placer. Con cada movimiento de cadera aumentaba mi excitación. Apoyé mi boca en su hombro para ahogar mis gemidos y él puso sus manos en mis glúteos empujando con más fuerza hasta que los dos nos corrimos al mismo tiempo entre jadeos, gemidos y espasmos. Tenía que irse rápidamente al trabajo porque ya había pasado su hora del café y además había dejado mal aparcado el coche y tenía miedo de que le pusieran una multa, así que nos despedimos, me dio un beso y nos fuimos cada uno por su lado.

Cuando acabé mi jornada laboral me fui para casa a prepararme para ese fin de semana que tenía reservado para otro. Él era diferente, no era con el que llevaba más tiempo pero era especial. Muy cariñoso, atento, tierno, dulce, me gustaba estar con él, que me dijera cosas bonitas, era al único que aún le dejaba subir a mi casa incluso le dejaba quedarse a dormir. Había alguno con el que el sexo era fantástico pero… faltaba algo, había algo que no me daba, él sí que me lo daba.
Nos íbamos turnando, cada vez uno le pedía al otro lo que quería y esta vez le tocaba a él. Me había pedido que me pusiera sexy, le gustaban las medias y los tacones y decidí recibirlo con un camisón corto, muy corto, de encaje negro que se ataba en el cuello, medias y tacones. Sabía que le gustaría y así fue, abrió los ojos como platos cuando me vio en la puerta. “¿te gusta?” –le pregunté, “Mmmmm, ¡caray que si me gusta!” –me contestó mientras se acercaba para besarme. “¿Qué quieres hoy?” –continué preguntando, “Te quiero a ti” –me contestó y lo llevé directamente a la habitación. Lo desnudé mientras nos besábamos y nos acariciábamos, lo empujé suavemente tumbándolo en la cama y me puse encima de él. Acaricié su pecho con la punta de mis dedos y me incliné sobre él para besarlo, bajé por su cuello y por su pecho y él aprovechó para desatarme el camisón y poder ver mis pechos desnudos al incorporarme de nuevo. “O me follas ya o te follo yo” –me dijo excitado, me reí y agarré su grueso y duro pene para metérmelo dentro de mi vagina. Empecé a moverme muy lentamente, muy suavemente mientras me la iba introduciendo toda, seguí moviéndome despacio sabiendo que él deseaba que aumentara el ritmo y la intensidad. Me agarró las caderas y antes de que hiciera nada aceleré un poco, bajó sus manos a mis muslos acariciándolos por encima de las medias y dejó que yo siguiera follándolo. Mi pulso se aceleraba, mis jadeos eran más y más intensos, el sudor resbalaba por mi piel y mi melena se pegaba a mi espalda. Me eché hacia atrás apoyando mis manos en sus piernas mientras el placer recorría todo mi cuerpo tensando cada músculo de él. Me recosté sobre su torso y nos quedamos así acariciándonos suavemente. Al cabo de unos minutos me quitó el camisón y se puso encima de mí sin dejar de abrazarme. Volvía a tenerla dura y esta vez fue él el que me la metió. Pero no lo hizo suavemente, la metió de golpe, con fuerza, empujando sus caderas contra las mías. Yo estaba aún excitada después de correrme y cada embestida me excitaba aún más. Entrelacé mis piernas alrededor de sus caderas apretándolas con fuerza, dejando que me penetrara, sintiendo su miembro dentro de mí. Puse mis manos en su espalda para acariciarla mientras nos besábamos pero a medida que aumentaba el placer mis manos lo apretaban con más fuerza hasta clavar mis dedos y mis uñas en su piel. Nuestros besos eran más profundos y más apasionados, parecía que queríamos devorarnos, entrar el uno dentro del otro, ser uno solo. Una vez más nos dejamos llevar, nuestros cuerpos se contrajeron, alcanzando el clímax al mismo tiempo. Justo al acabar, cuando aún latía con fuerza mi corazón y respiraba con dificultad lo besé y sin darme cuenta le dije: “te quiero”. No podía creer lo que acababa de decirle, me quedé mirándolo, enmudecida, pensando en cómo se me podía haber escapado algo así, nerviosa, asustada, avergonzada, esperando que la tierra se abriera y me tragara, fueron unos segundos horribles hasta que me respondió “yo también te quiero”. Nos sonreímos y nos abrazamos.

miércoles, 8 de junio de 2011

UNA CARRERA SORPRENDENTE


El día estaba siendo bastante aburrido, no había mucho movimiento y se dedicaba a escuchar la radio y a leer el periódico en el taxi. De pronto abrieron la puerta de atrás y subió una pareja, “al aeropuerto” –dijo el hombre. Acababa de arrancar cuando empezaron a besarse. No era la primera vez que una pareja se dedicaba a meterse mano en su taxi pero ésta parecía más apasionada de lo habitual. No sólo se besaban, él la acariciaba por encima de la ropa, apretando sus grandes pechos, parecía devorarla con su boca, besaba sus labios, su cuello, volvía a besar sus labios mientras su mano subía por su pierna y por el costado. Empezó a bajarle los tirantes de la camiseta, creyó que se detendría ahí pero no, continuó bajándoselos hasta dejar al descubierto sus pechos. No pudo apartar la vista del retrovisor, eran grandes y firmes, estaba contemplando cómo los acariciaba cuando él miró al espejo y le preguntó “¿Te gustan las tetas de mi mujer?” no supo muy bien qué decir, era evidente que no le molestaba que mirase pero era un pregunta un poco comprometedora, el hombre no esperó la respuesta, “se las regalé yo”- continuó diciendo. Siguió callado, mirándolos, él no paraba de sobarle los pechos, le pellizcaba los pezones haciendo que ella gimiera de placer, se los lamía y se los chupaba. ¿Hasta dónde serían capaces de llegar?. La respuesta llegó enseguida, él metió su mano entre sus piernas separándoselas, ella se subió la falda hasta la cintura dejando ver su coño, se recostó en el asiento y abrió más las piernas para que lo viera mejor. Él se lo acariciaba, movía sus dedos rápidamente sobre su clítoris y volvió a chupetearle los pechos. Ella jadeaba cada vez con más intensidad hasta que tensó su cuerpo clavando su rodilla en el asiento del conductor y, echando la cabeza hacia atrás soltó un fuerte gemido. Era como si estuviera viendo una película porno. Sin detenerse metió sus dedos dentro, estaba húmeda y aún jadeaba excitada por el orgasmo que acababa de tener. Continuó moviendo su mano, podía oírse el sonido que hacían sus dedos al entrar y salir veloces y el golpeteo de su mano contra su pubis. A penas un minuto después volvía a correrse entre gemidos y espasmos. Estaba tan sorprendido por lo que estaba sucediendo que no era capaz de reaccionar. No sabía si dejarlos seguir o si llamarles la atención, la verdad es que le gustaba mirar, le excitaba, no podía apartar la vista del espejo retrovisor ni tampoco podía dejar de conducir. Pararon, creyó que ya habían terminado pero no fue así, el hombre se desabrochó el cinturón, se bajó la cremallera y se sacó una enorme y dura polla. “Ven aquí que ahora te la voy a meter dentro” –le dijo mientras ella se ponía encima de él dándole la espalda, así seguía ofreciéndole un buen primer plano al taxista. Entró sin dificultad, su vagina estaba húmeda, caliente y dilatada. Empezó a mover sus caderas rítmicamente y dejó que las manos de su marido acariciaran todo su cuerpo, recorriendo sus muslos y subiendo por su vientre hasta sus pechos. Él también gemía, “¡qué bien te mueves!”, le decía mientras pellizcaba sus pezones. Estaban en un atasco y los de los otros coches podían ver perfectamente lo que estaba pasando, pero a ellos no les importaba, al contrario los excitaba más. El taxista no perdía detalle de lo que sucedía, podía mirar tranquilamente por el espejo retrovisor mientras los coches estaban parados, él también estaba excitado y sus pantalones oprimían su duro pene. La mujer se inclinó hacia adelante, entre los dos asientos delanteros acercándose a él. Podía oler su perfume. “Tócame las tetas” –le pidió entre jadeos, “tócamelas” –insistió. El taxista se giró cuanto pudo para acariciarle sus grandes pechos mientras ella seguía moviendo sus caderas haciendo que la polla de su marido la penetrara una y otra vez. Los coches empezaron a pitar y el taxista volvió a arrancar. No podía mirar pero sentía el aliento de la mujer cerca de su cara, oía sus gemidos y sentía cómo apretaba su mano en el asiento, deseaba tocarla, deseaba besarla, deseaba ser él el que la estuviese penetrando, quería sentir la suavidad de su vagina apretando su pene hasta correrse. “Quiero metértela por el culo” –le dijo su marido de repente. ¿Le cabría semejante cosa por ahí? Pensó el taxista, “imposible”. Pero se equivocaba, separó las nalgas, colocó la punta del pene en la entrada y ella fue echándose hacia atrás introduciéndoselo fácilmente mientras gemía de placer. Volvían a estar parados pero ella estaba recostada sobre su marido, demasiado lejos para seguir acariciando sus pechos, pero se giró igualmente, quería contemplarla, tenía las piernas separadas y podía ver su coño húmedo, encarnado, caliente… incluso podía olerlo. Se moría de ganas de comérselo, quería pasar su lengua por esos labios hinchados, saborearlos y chupar su clítoris hasta que se corriera. Ella pudo ver el deseo en sus ojos “tócame” –le dijo y, sin dudarlo, estiró su brazo para poder acariciar tan anhelado tesoro. Rozó su piel suave y cálida y sintió cómo ella se estremecía. Se acercó más, apoyó sus dedos sobre su clítoris y empezó a acariciarlo, a juguetear con él, los movía de lado a lado excitándola todavía más. Su marido miraba cómo la tocaba, “métele los dedos dentro” –le dijo con voz ronca, y el taxista obedeció. Se abrió paso a través de las paredes de la vagina penetrándola, “¿te gusta, cariño?” –le preguntó su marido, “Ummm, sí” –gritó ella entre gemidos, “¡voy a correrme!”. Se movía arriba y abajo, rápidamente, con la polla de su marido dentro de su culo embistiéndola. El taxista metía sus dedos en su coño a un ritmo frenético, mientras con el pulgar tocaba su clítoris. Los dos gemían sin parar, él apretaba sus manos en las caderas de su mujer, “¡oh, sí sigue, sigue así, no te pares, no te pares!”. Los gemidos se convirtieron en gritos mientras los dos se corrían al mismo tiempo. El taxista sintió cómo se contraían los músculos de la vagina antes de que se relajara por completo. Ella agarró su mano y la llevó a su boca para chuparle los dedos completamente empapados con su propio flujo. El tráfico volvió a circular y el taxista condujo hasta el final del trayecto mientras sus dos pasajeros se vestían y se relajaban acariciándose y besándose suavemente. Cuando llegaron el hombre pagó la carrera y se bajaron sin más. Él se quedó solo en el coche y, contemplando su entrepierna dijo: “¿Y ahora que hago yo con esto?”. En cuanto pudo se metió por una carretera secundaria buscando un sitio tranquilo para desahogarse recordándola a ella, pero esta vez era él el que se la follaba.

viernes, 15 de abril de 2011

EL INTERCAMBIO


Había quedado con mi amiga para tomar un café y charlar. Llevaba tiempo dándole vueltas al tema y después de hablarlo con mi marido habíamos decidido de mutuo acuerdo dar el paso. Sabía que mi amiga solía hacerlo y nadie mejor que ella para iniciarnos.

“¿Queréis hacer un intercambio de parejas, y habíais pensado en nosotros?” –preguntó sorprendida.

Yo le expliqué que ya hacía tiempo que quería hacerlo y que prefería que fuera con alguien conocido, porque así sería menos violento. Me preguntó qué opinaba mi marido y me advirtió que si no estábamos completamente seguros que era mejor no hacerlo. Me dijo que podría presentarnos alguna pareja pero que no sería con ellos, al menos no la primera vez, no seríamos los primeros amigos que perdía. Y me dejó muy claro que para hacerlo no sólo teníamos que ser nosotros maduros sino también nuestra relación, confiar en la otra persona, amarnos, estar seguro de que nos amaba pero también de que nosotros lo amábamos a él. Si lo hacíamos por problemas en la pareja esa no era la solución. Desde su punto de vista era una forma de entender una relación pero había que tener las cosas claras. Yo insistí en que lo teníamos muy claro, que lo habíamos hablado y que estábamos de acuerdo. Así que quedamos en que hablaría con algunos conocidos y que me avisaría. Pasaron varias semanas antes de tener noticias. Me llamó y concertamos una cita para conocernos y ver qué pasaba.

A la cena acudieron también mi amiga y su pareja para creal un ambiente más cómodo y relajado. La verdad es que había elegido una pareja muy guapa. Él era muy atractivo, alto, rubio, atlético, con bonita sonrisa. Ella era despampanante, rubia, no muy alta pero con un bonito cuerpo, desde luego a mi marido le gustó sólo con verla. Fue una cena amena y distendida, en ningún momento se sacó el tema del intercambio. Cuando acabamos nos fuimos a tomar una copa por allí cerca. Yo me quedé sentada en una mesa con él y mi marido se fue a bailar con ella. No tardó mucho en preguntarme si íbamos a un sitio más tranquilo y yo le propuse mi casa.

Nada más cerrar la puerta se acercó a mí, me empujó contra la pared y me besó. Me sorprendió pero le devolví el beso y dejé que continuara. Subió su mano por mis piernas levantándome el vestido y pegó sus caderas contra las mías dejándome notar su pene duro apretado contra mi clítoris. Me quitó el tanga, le desabroché el pantalón y me penetró. Acariciaba mis pechos por encima de mi ropa y me besaba apasionadamente mientras me embestía una y otra vez. Su pubis golpeaba rítmicamente mi clítoris llevándome rápidamente al clímax. Me giró poniéndome de cara a la pared y bajó la cremallera de mi vestido dejándolo caer al suelo. Acarició mi espalda descendiendo lentamente por mi columna y separó mis piernas para volver a introducir su pene en mí. Estaba húmeda y muy caliente, aún podía sentir los “ecos” del orgasmo dentro de mi cuerpo y ya volvía a sentir de nuevo ese intenso placer recorriéndome y sacudiéndome. Continuó penetrándome hasta que se corrió entre gritos de placer y espasmos. Nos quedamos unos segundos allí, de pie, abrazados, inmóviles hasta que me dijo que fuéramos a un sitio más cómodo. Nos sentamos en el sofá en la sala y se acercó a mí para abrazarme y besarme, yo creía que ya habíamos acabado, pero estaba equivocada, me tumbó y acercó su boca a mi sexo. Movió su lengua por mis labios lamiéndome y chupándome. Pasó la punta por mi clítoris jugueteando con él e introdujo sus dedos dentro, en mi vagina y en mi ano al mismo tiempo. Casi sin darme cuenta volví a correrme, mis gemidos eran más y más intensos con cada orgasmo, mis puños apretaban los cojines del sofá fuertemente casi a punto de romperlos.

“Me excita oír tus gritos” –me susurró con voz ronca mientras se colocaba encima de mí y volvía a meterme su pene otra vez duro.

Coloqué mis pies en sus hombros sintiendo todavía más placer con cada penetración. Al final terminó corriéndose encima de mi, sentía su semen calienten resbalando por mi vientre. Nos quedamos tumbados, extenuados, intentando recuperarnos. Serían más o menos las 3:30 cuando se despidió y se fue. Yo me duché y me metí en cama esperando que llegara mi marido.

Eran las ocho y media cuando me desperté y aún no había llegado. Me levanté y abrió la puerta justo cuando iba hacia la cocina a preparar el desayuno. Venía de lo más contento y relajado y mientras iba a ducharse fue contándome cómo le había ido.

“Nosotros nos fuimos a su casa poco después de que os fuerais. Nos sentamos en su sofá y estuvimos charlando un rato. Al principio estaba algo nervioso, no sabía muy bien cómo actuar así que me lancé, después me dijo que le gustaba que los hombres fuesen directos”

“Y con lo tímido que tú eras…”-le interrumpí.

“Ya ves”-prosiguió- “Estuvimos en el sofá besándonos y acariciándonos y después me llevó a una habitación que tienen para estas ocasiones. Están muy preparados. Me desnudó, la desnudé y nos tumbamos en la cama. Empecé yo, primero con la mano, luego con la boca…”

“¿Con la boca? ¡Si a ti no te gusta!”-le volví a interrumpir

“Pero a lo mejor a ella le gustaba y lo hice, la verdad es que me apeteció y no estuvo mal. Sigo. Ya se había corrido un par de veces y empezó a chupármela, lo hace muy bien, se nota que tiene experiencia. Seguimos un buen rato, ella tuvo varios orgasmos más y volvió a chupármela hasta que me corrí. Después nos quedamos un rato abrazados, hablando, le pregunté si había disfrutado, le dije que me gustaba cómo la chupaba, me estuvo contando que su marido y ella llevaban muchos años haciendo intercambio, me contó anécdotas, cómo fue su primera vez… y, como ya era muy tarde me volví a casa, me dijo si quería ducharme pero le dije que ya lo hacía aquí. Y tú, ¿qué tal?”.

Se acercó a mí y me abrazó, no soporté sentir su contacto. Me aparté y le conté un poco por encima lo que había pasado mientras él se metía en cama. Yo me quedé de pie mirándolo.

“¿No vienes?”-me preguntó

Le contesté que tenía muchas cosas que hacer y que ya dormiría por la tarde. “Pasará, seguro que se pasará” me repetí a mí misma mientras salía de casa.

domingo, 27 de marzo de 2011

EL CALENDARIO


Le había llevado un tiempo pero por fin había completado su calendario. Después de muchos cálculos había llegado a la conclusión de que 6 citas por mes era el número perfecto para él aunque lo que realmente le llevó más tiempo fue encontrar a las 6 chicas que integraban el grupo. Poco a poco las había ido encontrando, lo más importante era que ellas no quisieran tener una relación, que huyeran de cualquier tipo de compromiso pero que estuvieran dispuestas a tener sexo ocasional con la misma persona, eso no quitaba que pudieran tener otras relaciones. No quería un encuentro frío en el que sólo hubiese un polvo, quería algo más íntimo, que hubiese cierto afecto además de atracción pero sin compromiso, complicidad sin ataduras. La mejor manera de que ese afecto no se convirtiese en algo más era distanciando los encuentros lo suficiente como para que ninguno se enamorara pero no tanto como para que se enfriara la relación. Calculó que una cita al mes con algún encuentro no sexual entre citas era lo ideal, pero eso hacía que necesitara más de una persona. Si eran demasiadas corría el riesgo de cometer errores y no dispondría de tiempo suficiente para dedicarles con lo que podría acabar perdiendo a todas. Le pareció que 6 era una buena cifra, y si con el tiempo veía que podía, simplemente la ampliaría. También era importante tener alguna reserva por si fallaba alguna y para eso contaba con algunas ex con las que seguía manteniendo una buena relación.

Precisamente en ese mismo instante se dirigía a casa de una de sus amigas. Lo sorprendió recibiéndolo con un picardías de encaje negro. “Si esperas a alguien me voy”-le dijo él con una seductora media sonrisa. “Te esperaba a ti, bobo”- le contestó ella mientras se acercaba a él rodeándole el cuello con sus brazos y besándolo. Él la abrazó y la levantó del suelo mientras ella aprovechaba el impulso para entrelazar sus piernas alrededor de su cintura. Quedarse en el rellano no le pareció muy buena idea así que entró en el piso sin dejar de besarla. Sus lenguas se acariciaban apasionadamente, saboreando cada rincón de sus bocas. Besaba sus carnosos y sensuales labios mientras ella acariciaba su cabeza enredando sus dedos entre su cabello. La llevó hacia el dormitorio para tumbarla sobre la cama y colocándose a su lado empezó a acariciar sus largas y delgadas piernas subiendo lentamente mientras besaba su cuello haciendo que ella soltara un suave gemido que lo excitó. Por fin tocó con sus dedos el suave encaje negro que ocultaba su tan anhelado sexo. Primero acarició por encima de la tela para luego introducir un dedo por debajo abriéndose paso hacia los calientes labios. Acarició la piel suave y tersa mientras notaba cómo se iba humedeciendo bajo sus dedos, lentamente los metió dentro de su vagina haciendo que ella se estremeciera de placer. Empezó a moverlos, de arriba abajo, golpeando suavemente las paredes. Con su boca besaba su piel morena bajando por su cuello hacia sus pechos aún cubiertos por el picardías. Retiró su mano para bajar los tirantes y destaparlos, contempló sus pezones erectos, los besó y al mismo tiempo le quitó la braguita para seguir penetrándola con sus dedos más cómodamente. Miraba cómo su rostro se iba tensando a medida que aumentaba el placer y sus dedos dentro de su cuerpo se empapaban cada vez más. Sintió como ella apretaba su mano clavando sus dedos en su muslo mientras se corría. Siguió moviendo sus dedos hasta que ella se relajó completamente abrió los ojos y le dijo apartándose “Ahora me toca a mí”. Lo tumbó en la cama y sin más preámbulos, agarró con una mano su pene y se lo metió entero en la boca. Lo mantuvo ahí unos segundos antes de empezar a chuparlo deslizando sus labios por toda la piel. Su lengua acarició la punta rodeándola y lamiéndola mientras su boca subía y bajaba a lo largo del pene. Su saliva resbalaba mojándolo rápidamente. Con su mano lo rodeó y, mientras chupaba lentamente la punta succionándola, jugueteando con su lengua y besándola, acariciaba el resto apretando firmemente y siguiendo los movimientos de la boca. Podía sentir cómo latía bajo su mano, duro, erecto, anhelante, esperando el momento. Se detuvo un instante para ponerse encima de él e introdujo el pene en su vagina aún húmeda. Apoyando las manos en su pecho empezó a moverse rítmicamente pero con fuerza haciendo que la penetrara profundamente, más adentro, más intensamente. Se incorporó y sin dejar de moverse se quitó la parte del picardías que aún le quedaba y él la agarró por las caderas empujándola para acelerar el ritmo. Gotas de sudor resbalaban por su piel entre sus pechos que se movían acompasados. Su larga melena riza se pegaba a su espalda y la recogió en la nuca con sus manos mientras se impulsaba con sus piernas apretadas contra las caderas de él. Su respiración se aceleraba y sus jadeos se hacían más fuertes. Se inclinó hacia atrás apoyando sus manos en los muslos de él permitiéndole que viera cómo la penetraba y que le acariciara el clítoris. Sus dedos se movían sobre sus labios aumentando la excitación. Sus caderas no cesaban de moverse, acelerando el ritmo. Sabía que él no aguantaría mucho más y echando su cabeza hacia atrás se dejó arrastrar por el intenso placer que la invadió agitando cada milímetro de su cuerpo. Siguió encima sin bajar el ritmo hasta que él también se corrió al tiempo que lanzaba un fuerte gemido. Ella se recostó sobre su pecho besándolo mientras él acariciaba su espalda y la abrazaba. Permanecieron así un rato charlando relajadamente hasta que él tuvo que marcharse. Se vistió y se despidió con un beso. Mientras salía del edificio cogió el móvil para hacer una llamada, “¿te apetece tomar un café?”- preguntó, “perfecto, en veinte minutos estoy ahí” y se dirigió a casa de otra amiga para charlar un rato con ella.